"Llegado el momento por fin encontré mi paz interior. Vi en el cielo las alegóricas nubes que me recordaban objetos y animales, atravesadas por doquier por finas briznas de vapor dejado por fugaces aeronaves, que, en majestuosa composición liberaban de mí una creatividad por mucho tiempo dormida"

lunes, 21 de noviembre de 2011

:: CÓMO PASA EL TIEMPO... ::

Esto lo escribí hace hoy un año. Mi día hacia tierras irlandesas, donde comenzaba mi aventura y, aunque fue breve, así lo siento, como una aventura, como algo que jamás olvidaré.
Llevo varios días durmiendo lo mínimo, y no por gusto precisamente… Bueno, tal vez un poco. Después de una semana sin parar por casa, quedando con los amigos para despedirme, cenas y comidas familiares, comprando las cosillas necesarias en un primer momento y vaguenado el resto. Claro, que si salía lo hacía en condiciones: volviendo bien tarde a casa; si además tenemos en cuenta que mis vecinos no son precisamente los más tolerables con los demás y que se pasan el día vociferando y poniendo la música extremadamente alta de tal forma que medio barrio pueda “disfrutar” de ella, las horas de sueño se aminoran.Esta vez mi desorden con las horas de sueño era otro. Se me acabaron los días. Empezaba mi aventura. Por mucho sueño acumulado que pudiera tener me era imposible siquiera cerrar los ojos.
Y suena el despertador. Hoy va a ser un día duro. Miro a mi alrededor, ¡qué desastre! La maleta aún está abierta para guardar las útimas cosas. ¡Qué de cosas quisiera llevar conmigo! Voy a la ducha, intento relajarme: asoman las primeras lágrimas, pero lucho para que no salgan. Obedecen. Corriendo me arreglo. Guardo las últimas cosas. Me subo encima de la maleta para poder cerrarla. Por fin lo consigo. Mis padres esperan para ir al aeropuerto. Me pongo el abrigo, agarro la maleta, miro a mi alrededor intentando quedarme con un recuerdo, como intentando capturar una imagen de mi cuarto. Y respiro.
Camino al aeropuerto vuelvo a luchar contra mis lágrimas. No quiero que me vean llorar. No quiero que lloren. No quiero que se preocupen. Abro bien los ojos y resoplo hacia ellos intetando secar cualquier prueba de posible tormenta. Después les observo. Parecen tranquilos, pero yo sé que no es así. Es algo normal, ¿no?
Y entramos en el aeropuerto. Mi hermana se hace con todo. Bromeamos un poco y planeamos una posible visita, la cuál espero que se haga pronto. Consigo facturar. Un trabajador de Iberia me bautiza como “la chica de Dublín”. Como nos sobra tiempo decidimos pasear por el aeropuerto. Miro el reloj: ya es la hora. Me cargo al hombro el equipaje de mano. Me despido. Otra lucha contra mis lágrimas, ya no sé cuántas llevo. Me despido de una forma un poco fría. No es que no quisiera dar un abrazo en condiciones o un gran achuchón a los míos, solo que sabía que si así lo hacía habría perdido otra de mis batallas anti lágrimas. Cual programa de lluvia de estrellas entro por una puertecita, pero no vuelvo a salir. Ellos están fuera y yo dentro.
Típico estrés a la hora de pasar por el arco. Prueba superada. Busco mi puerta de embarque. Puerta localizada. Otro intento de relajarme fallido. Nadie me ve. Caen mis primeras lágrimas, pero pronto corto el grifo. No es momento de llorar, ¿o sí? Abren tarde las puertas, entro, cojo aire, localizo mi asiento. Y pienso. La cantidad de veces que he soñado con esto…
Durante todo el vuelo nos acompaña un sol radiante y a mí, además, un buen puñado de nervios. Intento prepararme frases para cuando llegue.
Llegada a Dublín. Localizo la salida. Me hablan en español (¿tengo cara de española? Jajaja). Una mujer que iba a visitar a su hija, que se vino a Irlanda y ya se ha quedado. Salimos y la mujer localiza a su hija, quien me ayuda a preguntar hacia dónde tenía que tirar y el bus que tenía que coger (¡qué maja!). Localizo el bus. Tengo hambre pero soy incapaz de comer nada. Subo al autobús con problemas, ¡lo que pesa la maleta! Primer gento amable irlandés: un hombre me sube la maleta al autobús. Se pone en marcha. No sé dónde me tengo que bajar, verás como se me pase por no preguntar… Intento de emisión de sonidos fallida. Al último intento una chica me lee el pensamiento y me indica dónde estamos. Llego a la estación de tren. Consigo escupir unas palabras: ticket, Cork (parezco de una tribu india…). Suelto la maleta e intento relajarme, me esperan casi tres horas de viaje. Como algo que tenía a mano y miro el paisaje (precioso), pero por poco tiempo, ya que en seguida anochece. Perfecto, ahora tampoco sabré dónde me tengo que bajar… Cuando llevamos dos horas de camino decido preguntar, la chica me dice que ella se baja en la misma estación, ¡genial!
Llegada a Cork. Cojo el móvil y marco el número al que tengo que llamar para que alguien me espere en el apartamento y me de las llaves. Primeras frases hechas en inglés :D ¡Me han entendido! ¡Y yo a la mujer también! (Yujuuuuuu). Me dispongo a coger un taxi para que me lleve al apartamento. Le digo dónde quiero ir, no me entiende. Se lo vuelvo a repetir, nada. Cojonudo. Decido escribírselo. Ni idea de dónd está. Saca el GPS. Empieza a hablarme: que si de dónde eres, a qué has venido…. Intento fallido de mantener una conversación. Se pierde y se sube el algún que otro bordillo. Estupendo… Por fin llegamos. “¡Buena suerte!” Gracias ;)
Llega Margaret (así se llama la encargada de los apartamentos). Vale, ahora habla más deprisa y no entiendo nada. ¿Sonrio? No, se ha dado cuenta que no la entiendo, jajajaja. Habla más despacio, pero parece que se me han taponado los oídos. Llegamos al piso. Conozco a mi primera compañera:  Karstin (creo que nadie sabe cómo se escribe ni cómo se dice, solo ella…jajajaja), alemana, parece maja, pero habla super deprisa. La sonrio. Tartamudeo en inglés. Se ofrece a levantarse mañana antes para enseñarme dónde queda la escuela, ¡qué maja! Cuando no sabemos qué decir, decido ir ami cuarto y desacer la maleta mientras que ceno un par de sandwiches de embutido del  Mercadona. No tengo internet. Miro el reloj, sólo son las 10. Me voy a dormir junto a mi nueva mascota, Corky, que ha sido un día muy largo…
 Cuántas veces habré oído aquello de: “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. Y, efectivamente, hasta que no te separas por “x” razones de lo que tienes cerca, de las cosas que forman tu día a día, tu vida, no sabes cuánta falta te hacen (puede sonar egoísta, pero no es así), de cuánto quieres lo que tienes: tanto personas como cosas.
Y cuántas veces a lo largo del día de hoy me habré preguntando: ¿Qué hago aquí? ¿Por qué dejo mi hogar? Ni yo sé contestar. La verdad es que es un sentimiento raro. Siempre he querido ver cosas nuevas, vivir nuevas experiencias, ¿por qué este tipo de cosas vienen a mi mente? Tal vez porque siempre me ha dado miedo lo desconocido. Por que siempre había un equilibrio entre miedo y ganas de. Por que, tal vez hasta ahora, las cosas que había deseado eran asequibles, las tenía a mano o siempre alguien me había acompañado, de esa forma, mi miedo desaparecía. Pero esta vez  mi miedo a enfrentarme al mundo se venía de viaje conmigo.
Porque gracias a esto he perdido miedos que tenía. Porque cada vez que tenga miedo me acordaré de esto y el miedo se convertirá en humo.